domingo, 8 de septiembre de 2013

Hoy aquí, mañana no sé...



Ring ring ring ring ring

(Tras varios minutos de conversación)

Cierro los ojos para no enfrentarme a la realidad, los ojos se niegan a abrirse pero el cerebro le manda la orden una y otra vez, hasta que a la tercera, la vuelta a la realidad es palpable.

Angustia, miedo, aceleración, inmensas ganas de llorar, tristeza, alegría, exaltación, nerviosismo, todo resumido en una palabra INCERTIDUMBRE.  

Durante segundos, minutos, no sabría decir cuantos, vuelvo a cerrar los ojos, y me visualizó hace un par de semanas en Puebla de Guzmán, un pueblo pequeño de unos tres mil habitantes, en mi habitación con vigas de madera, con unos bichos que no me dejan dormir con ese constante crack crack crack, comiendo madera. Vistiéndome rápido para ir a trabajar, carpeta en mano, y de camino al trabajo, recibiendo el cariño y la afabilidad del pueblo, es lo que tiene los sitios pequeños, que todos te conocen y se vuelcan con una. 

Llegada al trabajo, Daniel como cada mañana abrazado a su madre, agotando hasta el último segundo mientras suena la campana, le pega el pellizco en el pantalón pensando: - mamita, inclínate. Su madre que ya se conoce ese truco, se agacha y lo besa delicadamente con un pórtate bien. María, la primera de la fila, no entra hasta que no le doy la mano, me sonríe cada mañana con esos ojos tan vivos  y tan llenos de dulzura que me carga de energía para todo el día. Ángel jugando con sus amigos, los últimos de la fila, que le permite tener más espacio para eso que ellos llaman lucha de Invizimals.
Jorge, tímido pero con unas ansias locas de aprender, se bebe los deberes, siempre está pidiendo más. Antonio, en cambio, le cuesta un poco, pero cuando voy a su mesa, y le susurró: menudo chico más listo, sus ojos se abren como platos y su mano se apresura con la tarea… Ana, a su ritmo, se levanta mucho, siempre hay ganas de hacer pis, o tirar algún papel, o cualquier otra cosa que no sea estar en su pupitre, descubrí que si le daba un cargo en clase, “la secretaría”, como se así se llama ella, y la requería de vez en cuando para borrar la pizarra, recoger folios del armario..., conseguía un doble objetivo: permanecía sentada como toda buena secretaría y conseguía que de vez en cuando desahogará  su nerviosismo pero de una forma ordenada y tranquila. 

Ha sido quince días muy largos para entender que necesitaba cada uno y cada una, para adaptarme a ellos, y por supuesto, ellos a mí, para saber que cuando Jorge mira al suelo, y con el rabillo del ojo a la pizarra, es que desea salir pero tengo que animarlo para lidiar con su timidez, que cuando Ángel, desea luchar, les cuentó un relato mitológico de Hércules y sus aventuras para ser dios, que María, me busca en el recreo para sentirse segura… 

De repente, la alarma del teléfono me devuelve a la realidad, son las once y media, mientras espero, es inevitable pensar en el comienzo, en adaptarme a mis enanos, en mis compañeros, en mi  hogar, si se puede llamar así… Subo las escaleras, busco la Delegación de Educación, hablo con la funcionaría encargada y tengo nuevo destino, Zuheros, Córdoba, durante dos meses y medio, de nuevo a abordar un proyecto y una etapa de mi vida que pronto tendrá un fin... En mi mente  resuena con mucha fuerza la palabra que me persigue incertidumbre.

Mi apoyo incondicional a todos los interinos.