Estamos
tan preocupados por cosas absurdas, sin importancia y vánales, que no nos damos
cuenta de los pequeños detalles de la vida… Un buenos días por la mañana de un
desconocido, una sonrisa, una acaricia, un “espera, yo te lo traigo”, un sinfín
de minúsculas cosas que harían más feliz la existencia.
Corremos
de un lado a otro, vamos con prisa, de aquí para allá como si la vida se
midiera en un suspiro, y no es un
suspiro es una exhalación, es tan rápida que casi no nos damos cuenta que
sucede a nuestro alrededor, bebemos del agobio, del estrés, de abarcar más de
lo que puedo, de querer correr tanto sin tener un lugar marcado. Debemos estar pendientes
de lo que realmente nos haga feliz.
¿Cuándo
fue la última vez que te sentaste a tomar un café tranquilamente en un bar con
amigos?, ¿Cuándo fue la última vez que llamaste a alguien para decir te quiero?,
¿Cuándo ha sido la última vez que te has despertado y te has quedado en la
cama, ronroneando? ¿Cuándo has sido la última vez que hiciste lo que te
apetecía?... ¿Cuándo? Parece que siempre hay un mañana para hacer cosas… No nos
paramos un segundo para preguntarnos algo tan absurdo como ¿Soy feliz? Esa
respuesta es infinita: sí por supuesto, a ratos, no, a veces, depende… La
felicidad es una sensación intangible y escasa, para mí la felicidad es
incontrolable, a veces eres feliz sin nada en especial, corta y subjetiva, cada cual la entiende o la lleva
a su terreno.
Buscamos
la felicidad a tiempo completo y eso no existe (al menos para mí), se puede
estar contenta o contento todo el día pero la felicidad es otra cosa, son segundos de tu día a día, esos segundos
que dilatan tus pupilas, que aceleran tu corazón, que no puedes dejar de
sonreír, que no importa que pasará, y que todo pasa a un segundo nivel… Esos
segundos hay que aprovecharlos al máximo para que durante el resto del día huelas a alegría, y puedas
estar contento/a, a esa alegría que impregna tu piel cuando eres feliz.
La
felicidad no se busca, se alcanza y se consigue, a veces cuesta, y no tiene por
qué llegar todos los días, algo que sucede siempre no se valora, se convierte
en cotidiano. Nos guste o no, los malos momentos son necesarios para valorar los buenos y para sentirnos aún más felices
cuando ésta pega a tu puerta y tú la invitas a pasar y a quedarse, y ella
siempre responde como no podía ser de otra manera, esbozando una sonrisa, con un “sólo estoy de visita”.
Fijémonos
en los pequeños detalles porque en los tiempos que corren nos será más
llevadero para poder exhalar la vida.
Adentremos en el universo de pequeñas cosas, valoremos cosas tan normales cómo
la salud, necesidades básicas, (hoy podemos comer), suerte de tener amigos,
amigos de verdad, no de copas, amigos de los que cuando estás mal, te apetece
llamar por qué no te dirá eso de te lo dije, solo te mirara y abrazara, entre otras pequeñas magnánimas cosas.
En fin, respiremos felicidad